Víctimas y verdugos
- Ángela Fdez. de Diego
- 5 nov 2019
- 4 Min. de lectura
Cuando hundir a los demás se convierte en la herramienta perfecta para subir como la espuma en el rango social o elevar tu popularidad hasta niveles insospechados, actuar en beneficio propio resulta una acción que no parece requerir de justificación pública pero sí de renuncia a unos valores que creíamos inviolables.
Mucho se ha hablado estas últimas semanas sobre víctimas y, mucho también, sobre sus verdugos. La impetuosa necesidad de reducir el groso del tema a una banal y ridícula comedia termina por convertir en víctimas a los propios verdugos y desvirtuar la realidad de la historia hasta no distinguir el argumento legítimo de la opinión inaceptable.
Paradójicamente, la crítica más sutil, la que resulta pasar desapercibida en su tiempo, es la que más perdura, a la larga, en el imaginario colectivo. Quizá por eso toda esta situación tan bien orquestada me recuerda, temática y pictóricamente, a la brillante película de Berlanga, con guion de Azcona, El verdugo, de 1963, protagonizada por el gran Pepe Isbert. No da puntada sin hilo esta comedia negra que tanto critica, tanto demuestra y tanto condena. Una genial sátira de España en 90 minutos.
El comienzo de El verdugo es toda una declaración de intenciones. Los empleados de la funeraria entran en la cárcel paseando el ataúd en el que se llevarán el cadáver del ajusticiado. Como aún no le han matado, se sientan a esperar mientras el guardia que les ha abierto desayuna tranquilamente. Cuando ya tienen el cuerpo, deciden ofrecerse a acercar al verdugo hasta la ciudad, así les contará las anécdotas de su oficio. Comienza entonces la deformación de la realidad como base del realismo que muestra la película.
El verdugo es una crítica clara contra la pena de muerte. "Me hacen reír los que dicen que el garrote es inhumano" dirá el personaje de Amadeo en su discurso en contra de la guillotina y la silla eléctrica. Es un ferviente alegato a favor de la existencia de su oficio porque "alguien tiene que aplicar la pena" mientras la pena exista.

El humor negro es una constante en la película, invade cada uno de los rincones convirtiéndose en un elemento indispensable en la trama, que representa un verdadero drama personal y social. En la mayoría de las alocadas situaciones que vemos en la pantalla se encuentra un ápice de crítica. Desde que descubrimos que se van todos de acampada en el vehículo de la funeraria hasta que nos presentan a la mujer incapaz de reconocer a su marido muerto porque, tal como explican, se ha casado por poderes.
Los momentos previos a la boda entre José Luis y Carmen no podían ser menos, sirven de ejemplos: cuando el muchacho pide a Amadeo la mano de su hija y se le caen los pantalones; cuando, al enterarse de su embarazo, le regala una flor de una de las coronas fúnebres; o la boda celebrada mientras los monaguillos se afanan por recoger y hacer desaparecer todos los adornos de los que constaba la celebración anterior. Estas escenas, con huida incluida de uno de los testigos al enterarse de que el padre de la novia es un verdugo, recuerdan en cierto modo al sainete costumbrista y popular propio del cine español al que han sido añadidas altas dosis de humor negro y situaciones grotescas que rozan el ridículo.
La desesperanza y el pesimismo que inundarían esta historia si estos elementos no formaran parte de ella, harían de El verdugo una auténtica tragedia. Sin embargo, se parte aquí de situaciones habituales para mostrar la cara oculta de la realidad desde un punto de vista que llega a hacernos gracia. La visita de los protagonistas a su futuro piso con el edificio entero aún en construcción es de las escenas más surrealistas de la película. El empeño de Amadeo por conseguir ese "tercero que es un cuarto" desencadenará todo el conflicto de la historia. Comienza un viaje en el que presentan a una hija que es casada pero está soltera pero embarazada... según conveniencia, hasta lograr quedarse con el piso tras registrar a José Luis como verdugo.
Una de las bromas más negras se produce en el momento en el que Carmen le pide a su padre que le mida el cuello a José Luis para saber su talla de camisa. No resultará fácil conseguir que José Luis continúe con la tradición de la profesión familiar, antes tendrán que ir a ver al señor Corcuera para obtener una buena recomendación en otro episodio hilarante del film con guiño cinematográfico incluido a Bergman y Antonioni.
El angustiado José Luis pasa un tiempo solucionando todas las peleas que se encuentra para evitar que haya más condenados a muerte, pero enseguida llega la carta que le convoca en Palma para su primer servicio. Toda la familia se presenta en Mallorca en pleno Festival Mundial de Elegancia y Belleza para elegir a Miss Naciones Unidas.
José Luis intenta evitar por todos los medios tener que realizar ese trabajo, espera y desespera por un indulto que nunca llega. Aunque, según aseguran en la cárcel, "el condenado no puede esperar", lo cierto es que espera a una copita de champán, una visita de Amadeo, una charla con el cura y hasta un vahído antes de que los guardias arrastren al ejecutor tras el condenado para que cumpla con su deber. Se produce este momento con un plano general formidable muy similar al de la salida de la cárcel del inicio del film, en el que, alejándose de toda piedad, la cámara parece abandonar al personaje a su suerte.
"No lo haré más" dirá el nuevo verdugo al reunirse con su familia, convertido en un títere cuya voluntad han doblegado hasta obligarle a actuar en contra de unos valores que creía afianzados pero que, al igual que su sombrero, termina perdiendo por el camino.

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