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  • Foto del escritorÁngela Fdez. de Diego

María de Magdala, hacedora de milagros

Recuerdo con su nombre uno de los juegos de comba que más repetíamos en el colegio. "María Magdalena, la tortilla se te quema / los niños en la cama, el marido en la taberna / vete a misa, arrodíllate / reza un Padre Nuestro y márchate". Eso cantábamos. Forma parte de un pequeño conjunto de versos que, supongo, se quedan en el subconsciente de la infancia para siempre. De esos recuerdos que sin tú haberlo elegido, sin quererlo, siempre vuelven. No lo interpretas, no lo juzgas, solo lo repites sin darte cuenta. Nadie nunca nos dijo nada por cantar aquella barbaridad. Quizá a nadie le llamaba la atención aquel juego.


Tendríamos alrededor de ocho años. Y ya habíamos señalado a María Magdalena como la puta inmiscuida de la historia bíblica. Eso era para mí -y sé que para muchas, al menos hasta ahora- María Magdalena. Ese personaje que, seguramente, había engatusado a Jesucristo con sus malas artes. Ahora, ante la historia por fin revelada por Cristina Fallarás en El Evangelio según María Magdalena comprendo que nunca me interesó realmente esa historia escrita por hombres, alabada y distribuida por ellos, sin cabida para el resto. Era aburrida. Recuerdo canciones de comba, pero se me olvidan muchas oraciones básicas para ir a misa y pasar la prueba de la catequesis que ahora escondo entre balbuceos.


En este relato que no me esperaba, descubro una voz fascinante que denuncia y condena la injusticia, la desigualdad, la ignorancia, la violencia y la mentira. Que pone en evidencia la impostura. Que descubre la creación del mayor fenómeno de masas de la humanidad desde una posición privilegiada. Que desvela el cocinado de los milagros tantas veces alabados. Es esta la historia de la mera existencia -porque ni siquiera eso se les reconoce- de las mujeres, de las madres de todos esos hombres que protagonizan los textos.


Cómo creer ahora en una humanidad que para su fundación decidió borrar las huellas de cualquier feminidad pese a ser esa una pieza indiscutible para su supervivencia. Cómo soportar la adoración de la entrega sistemática de niñas vírgenes a hombres desalmados. "Necesitaba llamarme prostituta porque la palabra 'mujer' no le parecía en ese momento insulto suficiente. No sentí ni lástima". Es la voz de María de Magdala censurando el comportamiento, las palabras y los escritos -esos que "permanecerán por encima de la verdad, su invención por encima de lo que sucedió"- de Pablo de Tarso.


"Necesitaba llamarme prostituta porque la palabra 'mujer' no le parecía en ese momento insulto suficiente. No sentí ni lástima"

El conocimiento del orden establecido hizo que ella fuese consciente de que su existencia sería relegada. Por eso hay una imperiosa necesidad por aclarar y dignificar el relato maltratado. De hacer protagonistas, de verdad, al amor y la cordura, a la valentía y la generosidad. María Magdalena fue partícipe necesaria, fue pionera y privilegiada, fue valiente y, sobre todo, fue libre. Pudo serlo y se atrevió a serlo. A vivir su vida. A ser. A decidir. A aprender. A no engendrar ni someterse ante nadie. A comprender. A querer. A amar. A disfrutar de su cuerpo. A no esconderse por nada.


Qué juicio más largo al que ha sido sometida. Qué violencia tan infinita y qué silencio tran abrumador. "Quien maneja las palabras construye la vida", dice. Así es. Construye la historia en la que lo que no se cuenta no existe. Con lo fácil que es ahora comprender el relato completo. Ahora que todo cuadra. ¿Es algo de verdad deliberado o es falta de imaginación? ¿Es ingenuidad lo que me obliga a hacerme esta pregunta?


Todas esas representaciones en cualquiera de las formas de arte posteriores. Todo ese poder concentrado en borrar el papel de las mujeres de cualquier creación. Un relato de muerte y violencia y ni una sola muestra de vida. Generaciones y generaciones engendradas por ellos. Vírgenes entregadas cruelmente como trofeos. Una madre. Una sola.


María Magdalena, poseedora de riqueza, conocimiento y trabajo. Sabedora de los asuntos de los hombres. Dispuesta a amar hasta las últimas consecuencias. Y como ella otras tantas. Tantas y tantas. Mujeres, madres, hijas. Cuánto sometimiento. Cuánta tortura. Esta historia debería ser contada y respetada por todos con toda la credibilidad otorgada hasta ahora a la historia conocida. Así pudo ser, así debió ser y así debimos entenderlo. Su creencia en las personas, en su fuerza, sus caracteres y sus logros merece seguimiento. En su aporte y su valía. En la verdadera libertad.


La historia de ella y de todas las hacedoras de milagros reconstruye lo incompleto, sana heridas, calma desasosiegos y aporta tanto, tan necesario, tan vital. Parece que sin ella evolucionamos adoptando la idiotez como forma de ser y de pensar. Se habla aquí del poder, inherente al cinismo. Del pudor, de los cuerpos, de la carne. Del castigo -eso es el pudor- sobre los ignorantes. Del pecado, del inexistente pecado, del inventado. De la memoria y el recuerdo. De las letras. De estas letras tan necesarias, tan justas y sanadoras. Gracias por la palabra; María la Magdalena, te nombraremos.




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