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  • Foto del escritor: Ángela Fdez. de Diego
    Ángela Fdez. de Diego
  • 30 abr 2020
  • 3 Min. de lectura

¿Qué he hecho yo para merecer esto!

La exclamación que interroga con fiereza a nuestras angustiadas conciencias después de más de cuarenta días de reclusión. A pesar de todo, siempre nos quedará el cine como refugio.


Llevada al cine en 1984 por Pedro Almodóvar, es una sus primeras películas en la que muestra la línea que le diferenciará y que seguirá en su carrera. Llena de referencias estéticas a otras películas que él admira, lo que hace brillar a esta obra es el rico universo de personajes que la protagonizan.


La madre protagonista es una mujer desesperada, una ama de casa triste y desasosegada, brutalmente sumisa con su marido, reclusa de un hogar que la reprime. Superada por las circunstancias, Gloria es una mujer al borde de un ataque de nervios. El vecindario del edificio en el que vive con su familia es de lo más peculiar. El personaje que se contrapone radicalmente a ella es el de Cristal, la vecina prostituta, única amiga de Gloria.


Es por todos conocida la importancia de las madres en el cine de Almodóvar. Además de la protagonista, hay otras dos madres destacadas en la película: la suegra de Gloria, probablemente el personaje más excéntrico de todos, interpretada por la gran Chus Lampreave; y Juani, la vecina modista que tiene una niña pelirroja con superpoderes.

La complicada circunstancia económica que vive la familia de Gloria, a la que ella intenta aportar todo lo que puede aunque nunca sea suficiente, parece ser el desencadenante de todas las situaciones, o al menos uno de los elementos principales. El marido trabaja como taxista pero no tienen dinero ni siquiera para comprar comida, ella trabaja todo el día, y mientras tanto, la abuela mantiene las magdalenas bajo llave aunque sus nietos no tengan qué comer. Por si fuera poco, el hijo mayor trafica con droga y el pequeño se prostituye.


La heroína marca a toda la generación del director, haciéndola desaparecer casi por completo. Las drogas, siempre presentes en sus films, son un tema esencial. La propia protagonista toma pastillas (por lo que el hijo mayor se preocupa bastante pese a ser él el camello de la familia) y huele todos los productos químicos de la casa. Cristal, la vecina cuyo nombre rinde honor a la metanfetamina, se declara adicta pero advierte al joven: "que no me entere que tomas caballo, no necesitas adelgazar".


La escritora cleptómana o el dentista pedófilo rinden cuenta del entramado de personajes que conforman esta historia, cuyo alcance es internacional si tenemos en cuenta a la escritora alemana suicida de la que el marido de Gloria está locamente enamorado.


La estética camp ya está presente en esta película y marcará todo el cine posterior de Pedro Almodóvar. Sus colores, sus personajes, las tramas y los momentos surrealistas se sucederán en toda su filmografía, y en este film hay material para rato. Desde la performance de Almodóvar y McNamara cantando La bien pagá hasta el streptease de Jaime Chávarri en casa de Cristal.


Las referencias cinematográficas son constantes. Comienza la historia con una secuencia que nos hace viajar directamente al inicio de La noche americana de Truffaut. Un guiño sutil a Esplendor en la hierba se cuela hacia el final del film. Incluso hay elementos de esta película que encontraremos en películas posteriores de Almodóvar: el mismo barrido del título inicial lo veremos en Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) y seremos testigos de un asesinato similar del marido a manos de su esposa en Volver (2006).


Al igual que la radio o la televisión tienen su aparición estelar, el cine también está directamente representado, no solo en la secuencia inicial, también con una breve escena en la que vemos a Miguel, el hijo pequeño, jugando con un zootropo en su cuarto. Muchas más alusiones se condensan en esta película en la que hay cabida para todo y en la que todo es tan real que nada, por loco que sea, nos puede parecer descabellado.


La depresión en la que se sumía Gloria diariamente parece ser calmada con la muerte del marido, pero cuando todos deciden irse y ella se queda completamente sola, únicamente encuentra una salida. Cuando ya está muy asomada por el balcón, demasiado, decidida a alcanzar un final casi imposible que parece que la librará por siempre de la histeria, aparece el hijo pequeño, para salvar, acompañar y dar sentido a la vida de su madre.




 
 
 

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