De dónde viene el viento
- Ángela Fdez. de Diego
- 3 abr 2019
- 2 Min. de lectura
Tiene tres años, apenas sabe hablar pronunciando correctamente todas las palabras. Salimos de casa dispuestos a pasear, a ir al parque como todos los días. Pero ese día hace mucho viento. Es una buena señal que haga viento porque eso significa que las nubes se van lejos. Entonces no lloverá. No se mojarán los columpios, no se bañarán las plantas. Podremos jugar.
Le abrocho la cremallera y abrigo hasta arriba para que no coja frío, tiene los oídos sensibles, así que va con capucha. Con tal preparación ya sabe que nos enfrentamos a la caprichosa climatología adversa con la que lidiamos a menudo a pesar de estar en verano.
Bajamos la escalera con la retahíla de siempre. Contamos escalones en castellano y en inglés para presumir ante los vecinos que puedan estar escuchándonos del amplio vocabulario bilingüe del que disponemos. A esa edad es como una esponja. Aprende demasiado rápido y te sorprende con cinco palabras, con su lengua de trapo.
Llegamos a la puerta que nos lanza hacia el mundo real, hacia la calle donde el viento sopla sin compasión. Es soportable, pero temo por un momento que pueda salir volando de lo pequeño que me parece ahí parado en el umbral. Entonces me demuestra que controla la situación mejor que yo. Él quiere aprender. Se come el mundo solito.

Allí asomado parece que no piensa salir, no está convencido. Está observando, analiza la situación y da con la pregunta que le inquieta. De dónde viene el viento. Me pregunta. ¿Qué? De dónde viene el viento. Me repite.
Lo pienso ahora y creo que le podría haber dicho que viene del norte. Por ejemplo. Pero me impactó. De hecho no creo que me haya recuperado aún. No se me olvida su cara, su querer saber. Me di cuenta de que preguntaba algo muy trascendental y era consciente de ello.
Yo no sabía qué decirle. Antes de que pudiese darse cuenta de mi shock, le dije que el viento venía del mar. Para mí el mar es el origen de todo, no puedo evitar pensarlo así. El inmenso azul ocupa gran parte de mi vida. Me orienta. Me salva.
Tomó por buena la respuesta y salió del portal. Le cogí de la mano fuerte repleta de admiración hacia una persona tan pequeña y a la vez tan grande. Con miedo de que el viento se lo llevase siendo tan listo. Yo no preguntaba esas cosas a su edad. No sabía de nadie que preguntase esas cosas.
De dónde viene el viento. Del mar. Se lo contó a la primera persona con la que nos cruzamos en el camino. Concluyó que él y yo, así, juntos, lo sabemos todo.
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