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Nuestra colmena

  • Foto del escritor: Ángela Fdez. de Diego
    Ángela Fdez. de Diego
  • 30 jul 2019
  • 4 Min. de lectura

El espíritu de la colmena forma parte de un cine metafórico que desde una historia protagonizada por dos niñas en los años 40, consigue hacer un relato extrapolable a una historia real más universal, la historia de todo un país. La dualidad es una constante en la película, en la que también reinan los susurros y el silencio.


"¿Qué es un espíritu?" le preguntará Ana a su madre. La niña inquieta emprenderá la búsqueda de un monstruo al que matan por haber matado a una niña. Impresionada por la proyección de la historia de Frankenstein, Ana no entenderá por qué él mata a la niña ni por qué después le matan a él. Aquí, como ocurre en otras muchas películas de nuestro cine, el relato metacinematográfico adquiere protagonismo para marcar el sendero hacia la salvación, que siempre se alcanza a través de la gran pantalla.


La historia se divide constantemente en dos mundos: la realidad y la ensoñación. Los años de posguerra en los que se enmarca la monótona vida diaria de los habitantes de Hoyuelos y el mundo al que accede Ana cerrando los ojos, hablando con el espíritu. La realidad de la película se encierra en un ambiente de asfixia, es una sociedad en forma de colmena invadida por el espíritu todopoderoso de la obediencia, sentimiento que se escapa a cualquier razonamiento, que el hombre no será capaz de comprender y que simplemente podrá acatar.


El film es un viaje de todos los personajes hacia una muerte a la que se acercan de diferentes formas. Parecen resignados a cargar con un peso invisible que condenará el resto de sus vidas: la represión en sí mismos y en todas las cosas. Por tanto, la realidad que en nada impresiona a la niña contrasta con un arma de oposición que es el cine, una forma de evasión y una fuente de conocimiento que crea otros mundos y le permite abrir los ojos hacia lo que hay afuera.


Ana será una niña inconformista que no solamente decide emprender una búsqueda hacia lo desconocido, sino que arrastra con ella al cegado mundo de los adultos que se ven obligados a acometer también una búsqueda: la de la niña que, repleta de valor, comienza un camino contrario al que le ordenan desde su colmena.


Son muy significativos para comprender la sociedad de la época los dos momentos en los que las niñas aparecen en el colegio. En uno de ellos, durante una peculiar lección de anatomía, la maestra les enseña un maniquí que puede caminar, puede comer y puede respirar pero...no puede ver, y ese poder de la visión se lo otorgará Ana, la encargada de descubrirnos la realidad a todos los que la estamos observando. Es ese un reflejo sintomático de la realidad de un país que a duras penas sobrevivía con sus funciones básicas pero que vivía cegado ante su propia desgracia.


Y esa ceguera era el pilar básico de la doctrina que se aplicaba en las escuelas, por eso sorprende el momento en el que una niña lee el poema de Rosalía de Castro en el que termina por recitar "Yo voy a caer donde nunca el que cae se levanta". Una sociedad sumergida en la opresión hacia el que no piensa como la colmena le ordena, tal como le ocurre a Ana.


El enfrentamiento que protagoniza con su hermana por sus diferentes formas de comprender la vida es también otra manifestación de la dualidad de la historia. Aunque ambas comparten símbolos imprescindibles de la película, como es el caso del tren, única conexión con el exterior y vehículo que traerá al "monstruo" real, existen otros símbolos, como el de los zapatos, que solamente pertenecen a la historia de Ana, quien ata rápidamente los cordones al maquis cojo y a la que su padre le ata los zapatos nada más encontrarla, como forma de devolver a los espíritus a la vida terrenal.


El reloj y la música que sale de él y que rompe el silencio sepulcral, son también símbolos que marcan un tiempo místico que todos parecemos relacionar con un universo infantil en el que somos más sabios que nunca. La sangre en la que parece regocijarse Isabel es el símbolo que le basta a Ana para huir de un mundo asfixiante en el que la deserción está injustamente perseguida hasta sus últimas consecuencias.


La niña nunca muestra miedo, como el resto de personajes adultos, parece resignada a una vida en la que las posibilidades son reducidas y en la que sin lucha, sin conocimiento o interés por descubrir lo que hay más allá de lo establecido, nunca se avanzará. Es una sociedad que va despacio invadida de mentiras (tralará). Ana lo descubre de muy pequeña, abre las ventanas, escucha la llegada del tren, se anticipa a lo que pasará y no se deja engañar. El cine le abre un mundo más real del que ella está viviendo (o sufriendo) y no está dispuesta a abandonar la experiencia. Cierra los ojos... "Soy Ana...".


La perfección medida al detalle se hace realidad en la que es la película más completa de Víctor Erice. La sociedad en colmena que nos muestra en esta historia es la sociedad en la que vivimos y que solo seremos capaces de destripar así para vernos reflejados en ella si conseguimos mirarla desde afuera. Esta fue y sigue siendo nuestra colmena.


 
 
 

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