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La mística de Betty

  • Foto del escritor: Ángela Fdez. de Diego
    Ángela Fdez. de Diego
  • 6 may 2019
  • 3 Min. de lectura

Betty Friedan desenmascaró al "malestar sin nombre" en las primeras páginas de su indispensable obra 'La mística de la feminidad' (1963), completamente necesaria para la teoría feminista que aún hoy en día define la situación de muchas mujeres.


No hay palabras que den nombre al mal que aquejaba a las mujeres estadounidenses a principios de los 50. Mucho se escribía sobre ellas, pero casi nada para ellas. Nada más allá de los consejos para conseguir la anhelada feminidad a través de las tareas de esposas y madres. Nace así una tendencia hacia los matrimonios precoces, el abandono de estudios superiores y el disparo de la natalidad.


Las mujeres se lanzan a luchar por conseguir pertenecer al canon de belleza imperante en los medios de masas y la publicidad, para "cazar" a su hombre ideal y ser amas de casa que cuidan felizmente de sus hijos. De repente desaparecen del debate las palabras "emancipación" o carrera", pero nace un "malestar" que nadie sabe clasificar. Las mujeres que lo tienen todo (todo lo que han deseado) dicen sentirse incompletas, vacías, invisibles, atrapadas, infelices. Cuando las quejas se tomaron en serio, todo tipo de expertos en diversas materias se lanzaron a recomendar remedios que remitiesen estos sentimientos en las mujeres.


La frustración que los hombres intentaban bautizar inútilmente no encuentra su causa ni en la familia ni en los estudios ni en el sexo. Este malestar es un viejo problema que ataca a las mujeres pero que es ajeno a la idea de feminidad, la clave ignorada de muchos de los problemas actuales.

El sentido de la existencia de las mujeres es la consecución de una vida ideal formada por: marido exitoso, casa bonita y muchos hijos. Este es el drama que se plantea como la situación normalizada para las estadounidenses de los 50 en el libro de Betty Friedan. Será el desencadenante de un gran problema que, aunque conscientes de su magnitud, aún no hemos sido capaces de apodar.


Las aspiraciones de las mujeres hacia ese modelo de vida idílico impuesto, terminan con los sueños y la lucha feminista en favor de la independencia del sexo femenino. Es una derrota conseguida por el abandono masivo de los estudios superiores y el giro hacia una boda rápida y la creación de una familia. La consecuencia directa es una regresión absoluta en todos los avances y derechos conseguidos hasta el momento en materia de igualdad.


La vida doméstica al servicio de la casa, los niños y el marido, añadidos al alcance de una apariencia que cumpliese con las imágenes de felicidad establecidas, es a lo que se resignaban (o se entregaban de buen grado) todas las mujeres del momento, según parece. Pocas con sentimientos de independencia, liderazgo, realización personal o pensamiento crítico. Al menos aquí no se habla de ellas.


A quien sí que se menciona en el texto es a Simone de Beauvoir, para lamentarse, precisamente, de que sus ideas, relativamente recientes, no parecían haber calado muy hondo en la sociedad norteamericana, que se consideraba, como es habitual, libre de verse afectada por cualquier problema mínimamente serio.


Nadie parece saber muy bien de qué tipo de malestar hablamos, nadie lo entiende, ni siquiera quien lo sufre. La propia autora parece haberlo padecido o al menos saber de qué hablan las mujeres que lo definen como un extraño encierro que les conduce hacia la desesperación.


Realmente todas las mujeres, aún hoy, entendemos rápidamente de qué se está hablando. Sin necesidad de pertenecer a la estructura de ama de casa, casada y con niños, todas las mujeres nos hemos sentido presas y oprimidas por esos arquetipos femeninos en los que nos vemos obligadas a encajar. A todas nos preguntan para cuándo un novio, nos comentan que no les gustan demasiado listas, que vale más recatarse, que cuidado con lo que diga la gente. Y han pasado casi sesenta años desde que Betty Friedan lo evidenciara.


Las mujeres se autoexigían demasiado, se culpaban de su propia insatisfacción víctimas de un sistema asfixiante que no les permitía conocerse a sí mismas más allá de lo que los hombres deseaban. Este malestar inexplicable pero latente en la sociedad no encuentra su solución en las palabras de ningún hombre, ellos no pueden definirlo porque no pueden comprenderlo.


Para ese "devastador hastío vital" se pueden buscar muchos causantes o presentar muchos remedios, pero lo que realmente necesario, como dice Friedan, es adquirir conciencia de la importancia y la gravedad del caso.


El malestar que no tiene nombre condiciona casi desde la clandestinidad el pasado, presente y futuro de generaciones enteras, se extiende a todos los ámbitos de una sociedad que no siente la opresión hacia las mujeres, que la encubre con burdas divagaciones que no llevan a ninguna parte. Evitando un problema que nunca ha sido escuchado, no se alcanzará la igualdad.

 
 
 

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