Fotocopias, de John Berger
- Ángela Fdez. de Diego
- 3 may 2020
- 5 Min. de lectura
Este es uno de los pocos casos en los que me he apresurado a seguir las recomendaciones de lectura que me brindan ciertas obras. A Berger (1926-2017), que no necesita presentación, le vende muy bien Rivas. Pude disfrutar hace muy poco de Contra todo esto, donde elogia su escritura y el esmero que aplica a sus obras, especialmente notable en G., una de las más reconocidas. Apunto el título. Enseguida descubro su admiración por las tierras gallegas, que unida a su trabajo, son los nexos de unión entre los dos autores. Después de G. Berger volvió a sorprender con Puerca tierra, recomendada por la editorial al final de la edición de Fotocopias que tengo delante. Puerca tierra forma parte de una trilogía sobre la despoblación del mundo rural y el éxodo hacia las ciudades. Me genera muchísimo interés.
Aquí nos vemos es de sus obras más recientes, también reseñada en este libro. Entiendo que son relatos que, sin aparente conexión entre ellos, terminan por encontrar el punto común que les brinda sentido en su totalidad. Hago una rápida búsqueda en internet sobre el autor y apunto más lecturas: De A para X y El tamaño de una bolsa, convencida ya por completo de la veracidad de las voces que le elevan como un imprescindible de la literatura contemporánea. Pero la gran sorpresa me la llevo al descubrir sus títulos Modos de ver (1972) y Mirar (1980), pendientes de revisitación en mi memoria desde que comencé la universidad, probablemente porque algún buen profesor nos lo recomendase, aunque ahora mismo no lo recuerdo con claridad. Su importancia capital con respecto a la teoría de la imagen, la mirada, la representación y la composición iconográfica son obvios en sus títulos y portadas. Me avergüenza incluso estar aquí sin haber siquiera consultado algún ejemplar de estas obras. El chimpancé que mira al cielo en Mirar me llama con urgencia la atención que debo prestarle.
Con todos estos títulos en mente emprendo el camino hacia la biblioteca con la intención de llevarme alguna de estas obras de Berger. Pues bien, una vez allí, nada fue bien, precisamente. Todos los autores estaban desordenados. Puedes encontrar a Marías en la M para volver a toparte con otro ejemplar de la misma obra tres estantes más abajo, esta vez entre un Martínez y un Muñoz. El descuido y desorden de quienquiera que se encargue de colocar las signaturas alfabéticamente me indigna. Me dirijo a Berger, al que le ha tocado estar en una de las estanterías más expuestas a la indiferencia del visitante por ser la primera que uno se encuentra el entrar en el edificio. Hay algún libro suyo entre otros de Borges. Qué diría Jorge Luis de la degradación de su Paraíso. De ninguno de los dos disponen de buenas ediciones. Qué triste. Creo que hace tiempo que nadie se interesa por nada de esta estantería. Las de 'Novedades' y 'Últimas publicaciones' les roban todo el protagonismo. La novela romántica, el thriller nórdico y el erotismo barato tienen más público, con lo que las bibliotecas se esmeran en hacer más comercial su catálogo.
Pienso que pueden tener algo más en el depósito pero dada la profesionalidad del personal al cargo me decanto por no preguntar. No quiero hablar con nadie que me explique en tono paternalista -prejuzgándome por mi juventud- cómo se busca un libro en una biblioteca cuando son ellos los que mezclan a Brown con Cervantes. También sé usar su página web arcaica en la que no consta nada de lo que hay allí, así que busco a Berger en todo lo que empieza por B y doy con Fotocopias ante la flagrante falta del resto de títulos. Solo tienen Fotocopias. Es el primer libro de los que tomo prestados que está forrado. El forro está sucio y no estoy segura de que haya sido instalado por los responsables de la biblioteca, tampoco alcanzo a entender quién forra en su casa un libro que no es suyo ni, en ese caso, por qué lo han dejado puesto una vez devuelto a su origen.
Su lectura se me complica por los tachones, los subrayados y los apuntes a lápiz que tiene en todas sus hojas. Le daría encantada un cuaderno a quien garabatea libros propiedad de todos. En la hoja donde se marcan las fechas de devolución hay grandes espacios desaprovechados que dan paso a fechas escritas o selladas unas encima de otras, algunas apuntadas al revés, la mayoría ilegibles.
Lejos de todo esto su contenido me ha ayudado mucho. Fui capaz de leer un par de relatos en el metro que me hicieron sonreír ampliamente en público y evadirme del ruido alrededor. El resto, el centro de la obra, la he disfrutado durante el confinamiento. Creo haber descubierto el común denominador que une todas las historias. La pérdida, la muerte. Y en estos días en los que hay demasiado de todo eso, ayuda a comprender, enseña a sobrellevar e invita a superar.
"La pasajera con destino Omagli" me hizo reir.
"Teatro callejero" despertó en mí el deseo de fotocopiarlo para el mundo. Qué forma tan magnífica de recordar la vida con palabras. Y qué fino dibujo de Barcelona.
"Hombre mendigando en el metro" obliga a pararse a pensar. Como muchas de las historias que se cruzan en el metro.
"Salmo 139". Ojalá comprenderlo. Aún no.
"Ramo de flores en un vaso" me conmueve profundamente.
"Dos hombres y una vaca" junto a "Una casa en las montañas sabinas" me evoca los valles lebaniegos, la vida y juventud de mis abuelos, una vida más vida, pese a las dificultades, más real, como la de ellos.
"Una joven tocada con una 'chapka" es uno de los relatos periodísticos más bellos que he leído jamás. Es la fotocopia escrita de una fotografía, con la resolución más precisa que toda la innovación tecnológica permite, hecha con manejo magistral de la herramienta. Mi mente ha hecho asociación de ideas que me obliga a ver en ella a la joven pionera de Ródchenko.
"Habitación 19" me recuerda al sol sobre el membrillo y a la carta de Kiarostami a Erice en la que persigue al fruto saltarín por su valle natal hasta alcanzar el rebaño final. Me advierte e inspira. Recalca la importancia del arte en el trascurso de la vida. De la presencia de la belleza y la amistad.
Es el último relato, "Subcomandante insurgente", el que me devuelve a la literatura de Rivas. Me alegro de tener este libro aún en mi escritorio. Como no sé cuándo podré devolverlo las renovaciones automáticas se acumulan una tras otra y se aleja cada vez más la fecha en la que volverá a estar de nuevo al lado de Ficciones. Variaré de autor por el momento sin olvidar todo lo que me queda por descubrir y disfrutar de John Berger. Recuerdo que en mi última visita al Museo Reina Sofía pude hojear Modos de ver, disponible en su tienda.
Fotocopias, que me impacta hasta el final, tiene un cierre perfecto:
"Resulta que uno siente que algo se le queda entre los dedos, que algunas palabras andan todavía por ahí buscando acomodo entre frases, que uno no acaba de vaciar los bolsillos del alma, pero es inútil, no habrá posdata que abarque tantas pesadillas... y tantos sueños..."

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