Escribir, escribir, escribir
- Ángela Fdez. de Diego
- 26 jun 2020
- 2 Min. de lectura
Me pregunto quién será ella. La mujer que aparece en la portada. Creí que se trataba de una pintura y parece ser que es una fotografía. Podría ser cualquiera de las mujeres protagonistas en esta historia: Elvira, Ángela, Caterina, incluso Ayanta. No lo sé. Quizá sea la primera, siempre pensé que su descripción era la que más coincidía con el retrato. Quizá sea todas ellas en una. O quizá ninguna.
La fluidez del relato convierte la historia en un filo hilo que las une naturalmente a todas. Se nota que son cercanas, que son familia. Admiro la valentía de Ayanta para 'entrometerse' así en el seno de su propia familia. Me encantaría encontrar el valor y las ganas, tener la decisión para hacer lo propio y lanzarme a descubrir. Aunque no creo que nada me lo impida realmente más allá de mis propios remilgos.
No tengo ese alma de periodista que te empuja a hablar, viajar, conocer, preguntar y preguntar, escribir, escribir, escribir. A veces no encuentro ni siquiera el mínimo interés, algo que anhelo en ocasiones y me preocupa no hallar a menudo. Lo verdaderamente poderoso de esta novela es conocerlas a todas, incluso a la propia autora, sin llegar a diferenciar en ningún momento la ficción de la realidad, si es que están ambas. Lo cuenta todo muy fácil, pero no lo es. Ahí precisamente reside la virtud, en que lo parezca, en que te haga plantearte tu propia historia. Es un gran efecto que se agradece enormemente.
Si hay algo que no me convence del todo es el excesivo protagonismo del padre en la última parte, que arrebata en más de una ocasión la oportunidad y los esfuerzos de la hija por honrar en algo a su madre. Es probable que si no le hubiese personificado en nadie en concreto me hubiera parecido un personaje fantástico, pero tal cosa me ha resultado del todo imposible. Incluso me da la impresión de que, en cierto modo, la autora quiere que sea así. Alaba tanto a su padre que el relato llega a chocar con su aparente ausencia la mayor parte de la infancia de su hija. Ese y otros son algunos de los detalles que le encumbran como el genio que él mismo cree ser. Será por apuntes tan realistas como descabellados por lo que te crees esta novela.
Se agradece también a esta historia un viaje genial por los lugares más insospechados o quizá simplemente menos conocidos, las palabras, las reflexiones, la recuperación del siempre atractivo amor epistolar... Se alcanza el final con la sensación de haber presenciado el desahogo de su autora con la historia de todas sus referentes femeninas, con toda su familia, sus miedos, sus fantasías y sus deidades, de las que en cierto modo se libera así. Escribiendo, escribiendo, escribiendo.
"Tenía que cubrir los espacios sin marco de mis paredes y encontrar otro lugar desde el que mirar el horizonte. Un lugar que me impidiera cometer los mismos errores y quebrar esa línea que, generación tras generación, se repetía de forma sutil pero inexorable."

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