Es de todos, cuídalo
- Ángela Fdez. de Diego

- 1 may 2019
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 14 may 2019
Finales de 2018. Asturias, paraíso natural.
Hace tiempo que me di cuenta: no conozco el lugar en el que vivo. Quien viene de fuera, quizá porque lo disfruta con más objetividad o porque lo visita con más interés, lo conoce mejor que yo, mejor que todos los que vivimos aquí. Cómo es posible que no valoremos nuestro alrededor, el entorno que nos rodea y nos protege cada día.
Desconocemos lo que hay un poco más allá, lo descubrimos cuando alguien viene a contárnoslo, aunque sepamos que está, no le damos valor. Cuando tomé conciencia de donde estaba, decidí descubrir. A veces viajamos lejos para ver lugares bonitos que ciegan nuestra percepción de la inmensa belleza con la que convivimos a diario.
Fui a conocer un pueblo. Las carreteras desiertas han abandonado a su suerte a poblaciones que no saben si sentirse dichosas o desgraciadas por la invasión de las vías rápidas. Reina la tranquilidad, el silencio. Es mediodía y todos los comercios están cerrados, esperando a que el reloj señale las cuatro de la tarde para volver a abrir. Creo que es viernes.
Nadie ni nada. Calles vacías, silencio. Se oye el rumor de un río, pero no logro verlo. Cruzo el pueblo y lo encuentro. Lleno de alambres y botellas vacías. El lugar es silencioso y está muy limpio, a la entrada he visto que tienen soterradas los contenedores de reciclaje. Es algo que siempre me llama la atención, sobre todo en pueblos tan pequeños. Espero que algún día sea lo habitual en todos los sitios.
Los carteles me indican que hay playa, algo que tampoco se intuye, pues el pueblo está bastante resguardado. Camino un par de kilómetros y encuentro la salida al mar, recogida, tímida y preciosa. La arena es blanca y fina, pero la playa está prácticamente cubierta por cantos y piedras. Ha sido un invierno lluvioso y las pasadas semanas se han sucedido las riadas y los desbordamientos de los ríos. Eso explica los montículos de ramas que se acumulan a la orilla del mar.
El camino a la playa está asfaltado, se puede llegar con el coche a menos de cien metros del agua, hay maquinaria de obra estacionada justo enfrente, están ampliando el aparcamiento. Paseo entre los cantos, la mar está revuelta y no permite acercarse demasiado, pero es un paisaje apacible para este invierno. Es un placer indescriptible poder disfrutar de esto sin acumulaciones de gente o atropellos turísticos.
Paso allí alrededor de un par de horas. Un par de personas pasan por allí paseando a sus perros en ese periodo de tiempo, me miran pero no dicen nada. No sé si son de allí, no sé si sienten algo por lo que ven. Yo siento pena e impotencia. En menos de media hora tengo tres bolsas de plástico repletas de basura que he encontrado en la playa.
Estas bolsas las he conseguido en un supermercado cercano en el que, a pesar de la ley que prohíbe su distribución gratuita, siguen obsequiándote con varias de ellas al finalizar tu compra. Dan muchas. Con poco que compres puedes salir de allí con bolsas suficientes para construir dos chubasqueros. En estas, han plasmado un mensaje en el que agradecen el paraíso en el que vivimos.
La basura que recojo está formada mayoritariamente por botellas de plástico o de vidrio, latas de refrescos, lejías, pequeñas garrafas de carburante, cubos de pintura, cantimploras oxidadas, detergentes... También hay trozos de balletas, botes de galletas, trozos de plástico tan deformados que no logro saber lo que son, tubos... incluso la defensa de un coche.
No doy crédito a lo que está pasando. Comienza a anochecer. Me dirijo con todo eso hacia los contenedores de la entrada. Reciclo todo lo encontrado. Mientras pienso en todo lo que he dejado allí, no solo en lo más visible, también en los tapones, los pequeños juguetes, los trozos más pequeños de todo eso que me he llevado, los envases de plástico, los residuos que se confunden entre las ramas, las colillas...
Pienso en el río. En los alambres y las botellas que no tardarán demasiado en llegar hasta el lugar donde yo he recogido todo esto. Pienso que nadie más lo hizo, que nadie más lo ve, que nadie más quiere mirar.
No es cuestión de disfrutar de los espacios explotándolos, visitar lo máximo posible sin conocer nada realmente. No se trata de presumir de lugar. Se trata de respeto y de cuidado. De humanidad. La humanidad que no tienen los humanos. Hace mucho mucho tiempo ya que los contenedores de basura no son ríos, hace muchos años que la concienciación del cuidado de nuestro ambiente intenta hacerse un hueco en nuestras conciencias.
Habrás leído "el parque es de todos, cuídalo". Poco caso le hemos hecho, este es el gran parque que tenemos que cuidar. Porque es de todos y porque nos necesita.




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