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  • Foto del escritor: Ángela Fdez. de Diego
    Ángela Fdez. de Diego
  • 2 may 2019
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 11 jun 2019


Tenemos que ir a votar. Votar mola. Es un empeño incansable por parte de los demócratas más convencidos para que se acuda masivamente a las urnas y no se evada el único compromiso ciudadano que nos conecta más directamente con nuestros representantes institucionales. Se necesita movilizar el voto porque se intuye que los que se quedan en casa son los desesperados porque no ganen los extremos que tanto daño nos han hecho y que tanto miedo dan.


Los convencidos siempre lo estarán, los líderes gritan para alentar a las masas que ya creen hace mucho tiempo en todo lo que gritan y en todo lo que callan. Ellos gritan y escuchamos el eco, la devolución de unas palabras que rebotan contra los muros y las mentes cerradas. Este período electoral que nunca se termina y que comienza cuando tras unas elecciones, las primeras acciones de cualquier gobierno ya se consideran movimientos electoralistas, es un período muy cansino. Quizá levante los ánimos, pero también algún dolor de cabeza.


No sé muy bien sobre qué discuten. No sé si hay debates de verdad o solamente existen los que vemos en la tele. Los del espectáculo. Los decisivos. Decisivos son los datos de audiencia que al día siguiente de la emisión reciben las cadenas. A veces se abordan temas más trascendentes en esas mesas redondas llenas de expertos en nada que tanto vemos en prime time.


El domingo hay que ir a votar, hay muchísimas opciones. No todos son iguales. Hay que ir, salir y darse un paseo, olvidarse del ruido que todo lo invade e intentar apostar por aquello que menos daño te vaya a hacer. No existe la opción perfecta, pero en un país acostumbrado a arriesgar únicamente por lo que reporta beneficios personales, eso es difícil de explicar. Tampoco parece ser posible hacer entender que no todo es rivalizar. Aceptando no estar de acuerdo con el de enfrente también se puede hablar. Se aprende más de quien no piensa igual que tú.


Hay un problema en las opciones que se nos presentan el domingo. Hay faltas. Faltan las que faltan siempre. Elige a Pedro, a Pablo, a Albert, al otro Pablo (¿en cuál has pensado antes?), a Alberto (a este le eliges con Pablo)... y dependiendo de la comunidad en la que se viva, otro puñado de partidos que luchan fervientemente porque se escuche la voz de sus tierras. No hay mujeres al frente de ninguno.


Ni una sola mujer será presidenta del gobierno. Este año tampoco. Es curioso que las voces más resolutivas y eficaces del hemiciclo sean femeninas, pero aún no hay ningún partido preparado para ir con una de ellas a por la Moncloa. Somos electoras pero no elegibles. Hay muchas opciones pero hay muchos hombres. Nosotras elegimos, pero a nosotras nunca nos eligen.


Cuando ni siquiera estas opciones nos eran presentadas, hubo un par de mujeres que discutieron y lucharon por tenerlas. Una de ellas, Clara Campoamor, consiguió el voto para las mujeres en España en 1931. Y en 2019 nos creemos que podemos quedarnos en casa un domingo electoral viendo cómo otros deciden por nosotras qué hombre será el que gobierne este país y legisle sobre las mujeres, sus cuerpos, sus derechos y sus vidas.


Fueron unas cuantas las pioneras y luchadoras que dedicaron su vida a crear un futuro mejor para todas como para que creamos que podemos eludir responsabilidades y no participar de un futuro que se avecina bastante incierto. El llamamiento al voto es para todos, cualquiera, piense lo que piense, debe poner en valor su participación, cada cuatro años, en el sistema que le gobierna.


Hay mujeres en el Congreso, la mayoría de los partidos han pasado por procesos internos de primarias con mujeres entre sus listas de candidatos. Ninguna de ellas ha ganado. Y en más de una ocasión ha quedado bien demostrado que la selección no ha sido por cuestión de valía política. Solo hay que mirar alrededor y observar a las mujeres de nuestro entorno que mueven el mundo por sí solas y a las que ignoramos constantemente. Abuelas, madres, hijas, tías, primas, compañeras, amigas o vecinas. Juntas formamos un tejido resistente a todo.


No podemos estar cansados de votar porque no hemos votado tanto, quien no vaya a votar que recuerde que hubo un tiempo en el que no existía la posibilidad de decidir qué hacer. Acatar callando no le gusta a nadie. Hace falta memoria a largo plazo para saber qué meter en el sobre. El domingo hay que votar a uno de ellos. Votemos para que no tardemos mucho en poder votar a una de ellas. Una de tantas.


"La libertad se aprende ejerciéndola", decía Campoamor. Igual que la democracia.


Clara Campoamor
Clara Campoamor


 
 
 

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