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El segundo sexo (II)

  • Foto del escritor: Ángela Fdez. de Diego
    Ángela Fdez. de Diego
  • 3 abr 2019
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 1 may 2019

Hace setenta años que Simone de Beauvoir escribió El segundo sexo, obra fundamental de referencia para el feminismo. En este ensayo aborda la situación de la mujer y su concepción con respecto al sexo opuesto y superior de los hombres. Investiga sobre la vida que se le permite vivir a la mujer bajo el régimen patriarcal y, concretamente en el capítulo anteriormente comentado, analiza los roles asociados a la mujer a lo largo de la historia de la humanidad.


Comienza el capítulo presentando de manera muy directa al hombre como ser privilegiado frente a la mujer, dueño del mundo y culpable de la opresión del sexo femenino. Ese sexo siempre considerado inferior, siempre por debajo de la posición principal, relegado a la segunda fila, siempre el segundo sexo. Esta concepción tan desproporcionada nace con la humanidad, la organización social de los seres humanos más primitivos ya presentaba diferenciaciones entre sexos. Antes de que la agricultura se concibiese como la actividad principal de subsistencia, cuenta Simone de Beauvoir, el privilegio de la fuerza física ya le había sido asignado al hombre, quien realizaba las labores de defensa del grupo y le sustentaba con actividades como la pesca, la caza y, sobre todo, la guerra.


A excepción de muy pocas mujeres robustas que negaban la idea de su maternidad -pues siempre hay excepciones que confirman la regla general-, la reproducción era una condena biológica que condicionaba el destino de la mujer y la marcaba como simplemente útil para la servidumbre. La desventaja con respecto al hombre venía señalada por la desgracia que suponían los constantes partos. No había modo de subsistencia para todos, por lo que los infanticidios y sacrificios eran actividades normalizadas. El hombre marcaba el equilibrio necesario entre la producción y la reproducción, ya comenzaba así a ostentar el control.


Por todos es conocido que las sociedades avanzan, desarrollan sus ideas y mejoran sus formas de vida. Lo destacable de la Historia es que la situación de opresión de la mujer con respecto al hombre se sigue manteniendo firme. El patriarcado continúa reinando. La importancia de la agricultura como actividad primordial para garantizar la continuación de la especie, trae consigo un cambio de mentalidad que sigue privilegiando al hombre sobre todas las cosas. La mujer es condenada a la maternidad y el hombre, encargado de las tareas más peligrosas, preferencia su trascendencia a la defensa de su propia vida. Mientras ellas simplemente tienen niños, ellos se realizan a sí mismos siendo útiles e imprescindibles para los demás.


No deja de llamar la atención que la poca importancia que gana el papel de la mujer sea en beneficio de los objetivos del hombre. El niño deja de ser un estorbo para empezar a ser concebido como futura mano de obra que perpetúe la actividad en las tierras propiedad del clan. Por lo que la actividad biológica de la mujer comienza a tomar cierto sentido práctico. Se crea así un régimen de derecho materno por el que ellas son el alma del presente del clan y de su futuro, sobre el que los hombres, convertidos en inventores, proyectan sus ideas y su construcción del mundo.


Comienza a relacionarse la fecundidad de la mujer con la necesaria fertilidad de la tierra. Así, los hombres tomarán conciencia de su descendencia al mismo tiempo que tomarán responsabilidad de su cosecha. Nace el sentimiento de propiedad de la tierra y el de propiedad de la mujer, tomada desde entonces como una mercancía de intercambio sin demasiado valor más allá de ser considerada un instrumento necesario para la continuidad de la especie. El cuerpo femenino se convierte en el misterioso recipiente del milagro de la vida, relegándola a la vida sedentaria y ofreciéndola el privilegio de gestionar las tareas más mundanas y prácticas relacionadas con lo doméstico.


Los hombres son así los principales y las mujeres son lo Otro. Esta distinción denota ya que no estamos hablando de dos grupos igualados, sino claramente diferenciados por posiciones sociales construidas por el sexo dominante. El concepto del Otro es un concepto hegeliano en oposición directa con el concepto de Mitsein creado por el filósofo alemán Heidegger. Ambos son utilizados con asiduidad y sostienen el ensayo de De Beauvoir, relacionado con esta idea. El ser humano siempre se ha relacionado con otros seres de su mismo tipo, es decir, los grupos de hombres se enfrentan o se relacionan directamente con otros grupos de hombres a los que consideran sus iguales o en relación de relativa equivalencia. De esto quedan excluidas todas las mujeres, relegadas, tal como se denuncia en El segundo sexo, a posiciones posteriores.


Se puede considerar que el papel de la mujer ha tenido ciertas épocas en las que ha ganado mayor importancia o protagonismo social, aunque siempre se trata de casos aislados. Se hace referencia en el texto a la aparición de las divinidades femeninas dedicadas a adorar la fecundidad. La mística que rodea al destino biológico de la mujer la ensalza igualmente como reina del cielo que como representante del infierno. Se manifiesta principalmente en la naturaleza y todas las divinidades masculinas están subordinadas a ella, probablemente por ser considerada el origen del milagro de la vida. Estas ideas, que aquí están encuadradas dentro de un marco primitivo, se mantienen en pie y reviven con la labor de la religión y la política más extremista que aún hoy las utiliza como argumentos para justificar posiciones inaceptables desde el feminismo y desde la legitimidad que nos da ser conscientes de la opresión a la que se ha sometido y se somete a la mujer sin razón.


La divinidad de la que es protagonista otorga a la mujer los calificativos de hechicera o maga, propietaria de todo tipo de tabúes a los que sigue siendo asociada. Por tanto, la mujer como deidad no constituye una posición demasiado privilegiada, pues igual que es considerada así, es también la bruja y la serpiente culpable de los males de la humanidad. Es la pecadora Eva, es Pandora y es Lilit. Así, la divinidad de la mujer constituye una regresión con respecto a su consideración social. Esos valores místicos que se le atribuyen chocan frontalmente con los intereses prácticos defendidos por los hombres con su actividad como obreros.


Ellos cambian el mundo para garantizar sus futuro y ellas son las encargadas de su fertilidad y de la fertilidad de la tierra, así comienza el maltrato a la madre naturaleza por parte del hombre, quien ya sometía a maltrato a su propia madre y que adopta como propiedad también a su semejante, a su otro origen: la tierra. La Naturaleza, La Tierra y la Mujer son las grandes feminidades oprimidas.


Poco o nada nos ha quedado como testimonio de ese culto a la figura de la mujer. Es curioso el hecho de que en las representaciones artísticas, como por ejemplo las escultóricas, ya se representase a la mujer como mero objeto sexual, exagerando sus órganos reproductores. Aunque esas efigies desapareciesen, las masculinas se conservan y en ellas, los órganos sexuales ni siquiera se representan, prueba irrefutable de la consideración de la mujer como mero instrumento frente al poderío, la razón y la responsabilidad del hombre, representado en su figura como tal, sin necesidad de ser reafirmado por ningún adorno más.


El régimen matrilineal que pudo seguirse en los tiempos en que la mujer fue considerada de cierto valor por la importancia que le otorgaba ser madre, se desmorona rápidamente frente a un sistema patriarcal organizado que emerge como totalitarismo en la sociedad y se presenta como un pilar fundamental sobre el que aún hoy muchos se recrean cómodamente. Y ese sistema, creado por el hombre, relega a la mujer a posiciones de esclavitud.


Venerada y temida por los mismos atributos, es el hombre quien elige la posición en la que sitúa a la mujer a lo largo de la historia. El orgullo masculino va en aumento y en detrimento de la mujer, el poder que gana el hombre le hace oponerse a todo lo demás, es decir, a las mujeres. "Todo cuanto gana lo gana contra ella" dirá Simone de Beauvoir en una frase que asusta por real y por premonitoria. Él ostenta los derechos y la soberanía , él es quien los transmite y se encarga de perpetuarlos generación tras generación, siempre entre iguales, siempre entre hombres. Así conquista la dominación del mundo en contra de la feminidad.


Desde tiempos primitivos, el sexo femenino es la minoría mayoritaria sobre la faz de la Tierra. La mujer es una construcción cultural del hombre, se ha definido a través de él en los puestos de madre, hija o hermana, socializadas en tales posiciones sin tener oportunidad de reafirmarse sobre sí mismas ni sobre su opresor. Esa identificación conseguida de la mujer como el sexo débil, es uno de los principales elementos que sostienen el sistema patriarcal.



 
 
 

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