Confinados a la fuga
- Ángela Fdez. de Diego
- 31 mar 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 6 abr 2020

Llevo días preparando un texto, una pequeña reseña que quería publicar sobre ¿Qué he hecho yo para merecer esto!, película de Almodóvar cuyo título, a grito pelado, resuena estos días en las cabezas de muchos. El fotograma de Carmen Maura de espaldas, demasiado asomada al patio de vecinos en la escena final, no se diferencia demasiado de las ventanas que recorren las redes sociales en busca de respuestas, megustas y comentarios de apoyo.
Estamos encerrados con una sensación contradictoria, la de disponer de una libertad para nosotros mismos que no sabemos manejar. Convivimos con el miedo a descubrir que no soportamos estar en soledad, que perdemos el control. Enseguida la ansiedad se apodera de la situación. Sin llegar a estar desinformada he intentado evitar el bombardeo de datos, mantenerme al margen de la angustia que nos invade, no tener miedo. Pero una serie de circunstancias terribles se sobrevienen y la realidad me acaba golpeando en la cara.
Es un regalo encontrarme con un texto que Pedro Almodóvar escribe en eldiario.es y al que titula 'El largo viaje hacia la noche'. La realidad y la casualidad nos hace coincidir a todos en cuanto a las circunstancias de nuestras vidas en estos momentos. Sonrío al leer sus palabras desde el principio hasta el "fin". Porque comienza asumiendo que no quería dejar constancia de esto, algo a lo que todos quisimos resistir. Para que pase pronto. Para olvidar. Para que no sea cierto. Pero cuando las consecuencias dejan marcas imborrables, ya no se podrá ignorar esta historia.
Todas esas noticias que se agolpan en el buzón de mi correo electrónico me resultan surrealistas, podrían estar inventadas por Orwell o por Atwood, podrían formar parte de un relato distópico. Y están pasando. Están pasando aquí. Está pasando de verdad. El miedo se apodera de los débiles y de los que no se consideran lo suficientemente fuertes como para soportarlo. Al abrir la ventana solo hay caos. De repente somos combatientes en una guerra contra un enemigo invisible. Y lo único que podemos hacer para salvarnos es, paradójicamente, no hacer nada.
Como Pedro, intento que mi única preocupación real sea llamar a mi familia y a mis amigos, asegurarme de que están bien e intentar refugiarme en la noche, cuando todo parece menos vulnerable. Inesperadamente, me alegra recordar el paseo por el pasillo de esa casa de Julieta Serrano y Antonio Banderas en Dolor y gloria, una auténtica obra maestra que no dejará nunca de fascinarme. Me resulta curioso también que mencione a James Bond, cuando son varios los días que acumulo ya pensando en una absurda tarea académica que tengo pendiente sobre, precisamente, las mujeres de una película del espía inglés, también protagonizada por Sean Connery.
Y entonces el director recuerda a increíbles mujeres. A Lucía Bosé -despedida en medio de esta maldita aventura-, a Chavela, a María Moreno. Suscribiendo, palabra por palabra, su alegato en favor de la programación de La 2, descubro el programa La luz de Antonio, dedicado a la figura de esta maravillosa pintora que se ha marchado hace poco tiempo. Pienso en El sol del membrillo, en todas esas imágenes que transmiten tanta paz.
Siento cierta envidia por esa calma mantenida, por la ausencia de la ansiedad que a mí sí me ataca. Pienso en el último libro que tomé prestado en la biblioteca. Es Fotocopias, de John Berger. No era el libro que estaba buscando, pero fue el que se vino conmigo a casa, y el que me está acompañando, ayudando a comprender la ausencia, la pérdida, la muerte. Creo que soy una de esas personas confinadas intentando darse a la fuga. De haberlo sabido, me hubiera rodeado de más vías de escape.
Pienso en volver a los cines, a las librerías, a los museos, a las terrazas. Pisar las calles para las que no encontrábamos tiempo libre cuando lo teníamos. Cuando lo teníamos libre. Pienso en aprender y en emprender. Cuando todo esto termine. Cuando hayamos cambiado. Un largo viaje.
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