top of page

Arde

  • Foto del escritor: Ángela Fdez. de Diego
    Ángela Fdez. de Diego
  • 22 ene 2020
  • 2 Min. de lectura

El 16 de noviembre de 2017 fue uno de los días más tristes que recuerdo. La angustia y la desesperación eran los sentimientos que se abrían paso ante el desastre y el horror que se respiraba fuera de casa, que veíamos por la televisión, que olíamos por todas partes. No podíamos escapar. Tampoco queríamos. De repente la vida, que prevalece siempre ante todo, desaparecía en la noche.


Eran las dos de la tarde de un viernes que no amaneció. Todo se moría, todo se reducía a ceniza, todo ardía. Lo que debía ser el Sol, era en realidad una inmensa bola de fuego acechante que apenas aportaba luz. En la desolación de esa noche eterna duele hasta respirar. El aire, escaso, se vuelve espeso y pesado, cae como una losa sobre cualquier ser.


Todos deseábamos ver llorar al cielo en un lugar en el que la lluvia es más que habitual, aunque llevaba un tiempo en que, quizá como castigo, se negaba a brindarnos el milagro natural que solucionase nuestros errores terrenales. Y qué hacer entonces cuando nada puedes hacer, más que resignarse a recibir el merecido y contemplar tristemente el deseado amanecer.


Es cruel la pérdida de todos esos colores: del verde de las hojas de los árboles, del azul del cielo y del azul del mar que no nos sirve de solución. El color de la vida que se escapa aburrida de esperar a vernos cambiar de actitud. Solo queda el color negro y la soledad de las calles.


Aquel desgarrador día vuelve a mi mente tras el visionado de la última película de Oliver Laxe, O que arde. La historia de un pirómano que regresa a su pueblo natal tras cumplir condena por provocar un grave incendio, que vuelve a dedicarse al pastoreo como si nada hubiese ocurrido y que recibe por todo ello el desprecio de sus vecinos. Exceptuando a uno de ellos, por el que el protagonista no parece sentir demasiado agrado, solo su madre le ofrece protección. Ella es la conexión real con la naturaleza.


No creo que la película busque la empatía, quizá ni siquiera la comprensión, pero cuenta una historia increíble prácticamente solo con imágenes. Las palabras son mínimas y el entorno cobra una importancia vital. Algunas de las secuencias, grabadas sin efectos especiales en incendios reales, remueven absolutamente todo por dentro. El crepitar de las llamas llena a uno de rabia e impotencia, lleva a llorar y a preguntarse constantemente: por qué.


ree

 
 
 

Comentarios


bottom of page